Tres Fiestas Intimas
Te estabas quitando el sujetador de espaldas
Tú
te estabas quitando el sujetador de espaldas, poco a poco te descolgabas las
bisagras de los hombros y los omoplatos aleteaban hasta que los brazos
desabrocharon con un clic algo tardío, yo, hacía tiempo que te lo había
quitado. Veníamos hablando todo el rato de algo, algo… que se me ha vuelto a
olvidar. Y con la cabeza ladeada, el semblante serio te lo quitaste, así que
para mí, ese gesto que se repite tanto en la pantalla lo vi por mí cuenta. Ese
hecho con él te enseñan la importancia de unos buenos senos y la fragilidad de
lo íntimo. Cuidado, con el que enseñamos las cosas las primeras veces, y que
ahora me hace cierta gracia y, aunque me reía también, por dentro, era de puro
nervio. En los muslos, cierto bello rubio, restos del mono, que algunos solo sienten
de copa en copa. Y que a ti te encanta recorrerme con la boca hasta que te
ahogabas el paladar con el olor a sexo que nos desbordaba. Así como dos olas,
que no se mantienen con los pies en la tierra si la una no llega hasta la otra,
las lenguas se lamen hasta quitarse el barro que nos sobra, las costras negras
la marea las quita solas. Hasta la vieja más sorda sabe que, nosotras, hemos
cuidado de esta regeneración toda la vida. A base de rozarnos los hocicos en la
humedad de la otra, de penetrarnos con los pechos, de tamborilear en el
clítoris nuestras notas y, desde las bestias hasta las niñas solas se dan
cuenta que los brazos solo sirven para este abrazo que se te mete dentro hasta
recuperar en resoplidos el silencio.
Por estas y otras cosas uno aprende a
sacar las manos de los bolsillos y a bailar a solas…
Pero es mejor no hablar de ciertas cosas
A veces, es mejor no hablar de ciertas
cosas, pero creo que voy explotar de tanto no tener tu sexo en la boca y de
poder decir libremente todas las palabras que lo nombran.
Hay
partes de algunos cuerpos que no se tocan, es mejor pensar, por ejemplo, que
esa mujer mayor no te pone mientras se quita las bragas y las mete en la
lavadora. Es mejor decir que no me pongo nerviosa cuando acercas la mejilla y
oigo, dentro de tu mandíbula, tragarte la salivita fresca que podría humedecer
la boca.
La
imaginación con el entendimiento han roto tanto desinterés y han dejado algunos
tabúes quietos. Y sobre mí, que estoy tumbada en la cama, una pantalla en forma
de rombo se proyecta imágenes de raíces y tierra que sorben aceleradas agua
hasta inundarse, su sabía blanca me chorrea por la boca.
Hay
gracias de las que no se puede reír, las madres nunca se enorgullecen de cómo
sus niñas de nueve años se tocaban a solas. Y yo después de algunas fiestas
donde me quedé en las manos con los bolsillos he descubierto que no puedo
dormir a solas, me vuelvo taquicardica, vieja, absorta. La noche me amarra a su
tundra y sus fauces me aprietan la carótida, porque estamos hechas para cuidar
de esta regeneración toda la vida. Desde el primer ovillo de lana amarilla, bajo
un jersey de invierno, en el segundo escalón del portal de tu casa, te
deshilachaba la ropa al agacharte de espaldas. Hasta llegar a esa nada donde
piensas que antes de nacer tú ya me poblabas. Y es que he descubierto que
cuerpo a cuerpo voy sintiendo el mío mas propio, como si por ser tocado desde
fuera se delimita, y no se escapa de uno a otro. Simplemente, se llena y se
vacía, como las macetas de una casa.
Esta es la fiesta, la regeneración más intima de la vida. Por eso, a
veces, es mejor, no hablar demasiado de ciertas cosas. Para que los cuerpos no
se ensucien demasiado con palabras de uniforme, de la vida pública, y se
queden, en silencio adivinando el suspiro que le falta a la otra boca.
El jardín de Erika
(El jardín de las delicias)
- Erika - Hay un espíritu que no tiene boca, que
no articula
sonido, está repleto de consonantes sordas, y está señalando en dirección a un jardín salvaje. Allí, los ingleses, dejan crecer sus malvas hierbas. Entonces, se rozan, entre sus cuerpos, las tersas yemas de mis dedos. Y se esparce una brisa encendida como de un aliento, entre los esbeltos, colgantes, helechos.
sonido, está repleto de consonantes sordas, y está señalando en dirección a un jardín salvaje. Allí, los ingleses, dejan crecer sus malvas hierbas. Entonces, se rozan, entre sus cuerpos, las tersas yemas de mis dedos. Y se esparce una brisa encendida como de un aliento, entre los esbeltos, colgantes, helechos.
- Erika - Hay libélulas atrapando, con sus azules, eléctricas, colas, para susurrar al oído, a unos corceles de un ocre primitivo. En sus grupas montadas, mujeres, cuyas piernas son, como de puntiagudas cigarras, y estas, suavemente, comienzan a arañar sus brillantes lomos. Los corceles, relinchan, y a mi oído se muestran, como el sonido, de una psicodélica guitarra.
- Erika - No hay cielo ni infiernos con los que compararnos. Nos encontramos, tan solo, en las enormes manos de las nubes. En nuestras miradas, de soles rojizos y pestañas del más insomne, y de corrosivo, estrafalario; acido amarillo.
- Erika estás erizada - En la frenética danza de las ménades de largos cuellos. Desatándome la columna, a pinceladas, que gotean frías tus pezones.
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