Los silencios tañidos de aquella noche ahora me hacen poblarme de palabras
porque con el ritmo combustible de la música
“Nos mojamos los labios con las gotas tersas y blancas de la vida”
Y ahora, con el riesgo, de hacer trivial e inexacto lo más humano me atrevo, y escribo:
Se vieron, dos gacelas de andares rápidos y acompasados con esos ojos que parecen que no paran de preguntarle a las cosas mismas por su esencia. Y, quizás, en ese intervalo de pasear justo, apagaron por un instante, el interrogante que siempre acecha a todo espacio y tiempo, y, pasaron del limbo de la pregunta a “mojarse los labios con las gotas tersas y blancas de la vida” y lo hicieron, con el ritmo combustible de la música, poblando sus balcones, que, abiertos de par en par se alargaron en sus brazos hasta las stelae, porque en eso se convirtieron. Planeando ave, sobrevolando las luciérnagas colgadas con un impulso que mezclaba la felicidad y la adrenalina. Y sus figuras de ternura se contuvieron en la intensa levedad, sus cuerpos vistos desde fuera no serían de nadie más que de cada una y, por supuesto, del sublime tañido. Y su risa sonaba al fin y al cabo tan idéntica porque, quizás, estaban escondiendo, una pequeña burla a la perfecta casualidad, por si acaso, no fuera cierta.
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